Este hospital colombiano se está endeudando para atender a cientos de pacientes venezolanos

CÚCUTA, Colombia.- Es la una de la tarde y la sección de urgencias del Hospital Erasmo Meoz ya está repleta. Un grupo de pacientes en camas móviles recibe tratamiento en un pasillo. No hay suficientes cuartos para todos.
El Erasmo Meoz es el hospital más grande de Cúcuta, una ciudad colombiana de unos 500,000 habitantes, en la frontera con Venezuela.
Pero las 70 camas de la sección de urgencias muchas veces no son suficientes para atender al creciente número de pacientes que llega a este hospital público.
Y es que, aparte de atender a los residentes de Cúcuta, el hospital Meoz también vela por cientos de venezolanos que llegan acá en busca de la atención médica y los tratamientos que escasean en su país.
La crisis económica y política que azota a Venezuela se siente todos los días en esta sala de urgencias al otro lado de la frontera, y se ve en los rostros estoicos de pacientes como Franklin Briceño, un adolescente que llegó al hospital colombiano el 2 de mayo.
Briceño se partió la clavícula izquierda al caerse de su bicicleta. Pero no pudo recibir tratamiento en Ureña, la ciudad venezolana donde reside.
“Allá te piden que lleves todos los medicamentos y vas a buscar en la farmacia y no hay nada”, dice su madre, Miriam Rivera. Según explica, su hijo requería de una platina para reparar su fractura que en Venezuela le hubiera costado unos 100 dólares, un monto astronómico en un país donde el salario mínimo ahora ronda los 15 dólares mensuales.
En Cúcuta, la platina le fue suministrada de gratis al muchacho por los médicos que lo operaron. “Hospitalizaron a mi hijo el mismo día que lo traje”, dice Rivera. “Estoy muy agradecida con este hospital”.
Los venezolanos no solo llegan al Erasmo Meoz por fracturas. El director de la sección de urgencias, Andrés Eloy Galvis, dice que están llegando muchos pacientes con heridas de bala y de cuchillo, una consecuencia de los altos índices de crimalidad en Venezuela.
También llegan pacientes con cáncer, VIH, y algunos buscando tratamiento para los síntomas de la malaria, otra enfermedad que se ha disparado en algunas regiones de ese país.
“Acá todos somos hermanos y nos damos una mano”, dice el médico de urgencias. Pero agrega que si la crisis económica en Venezuela empeora y los pacientes venezolanos siguen cruzando la frontera para buscar tratamiento en Colombia, su sala de urgencias podría llegar a “un punto de colapso”.
Según Soraya Cáceres, la gerente encargada del hospital, la sala de urgencias atendió a 867 pacientes venezolanos en los primeros tres meses de 2017. En el mismo periodo de 2016, llegaron tres veces menos, 284 venezolanos.
La atención gratuita a estos pacientes tiene al hospital en apuros financieros, pues no hay seguros o entidades estatales que cubran los costos de brindar servicio a los venezolanos. El Ministerio de Salud de Colombia recientemente prometió 3,000 millones de pesos para tratar a pacientes venezolanos en hospitales fronterizos, pero ese dinero aún no llega.
En cualquier caso, Cáceres dice que no será suficiente. El hospital Meoz ya acumula una deuda de 4,000 millones de pesos (1.3 millones de dólares) por el tratamiento suministrado a pacientes venezolanos desde finales del 2015.
“Se están gastando recursos físicos y humanos que deberían estar disponibles para el resto de la ciudadanía”, dice la a.
Casi todos los pacientes venezolanos que llegan al hospital ingresan por la sala de urgencias, pues las leyes colombianas exigen que se atienda a toda persona que ingrese por esta vía de forma gratuita, sin importar su nacionalidad.
Muchas mujeres venezolanas llegan a urgencias cuando están a punto de dar a luz, ya que en Venezuela también escasean las medicinas e instrumentos para los partos.
En la sección de obstetricia, Leidy Orduz acaricia la cabeza de su hijo, que nació apenas hace 24 horas. La madre, oriunda de la ciudad venezolana de San Cristóbal, dice que viajó a Cúcuta para tener a su hijo, pues no podía “jugar” con su salud.
“Yo necesitaba una cesárea, y es posible que en San Cristóbal me hubieran inducido el parto”, dice Orduz. “No quiero ni pensar en qué hubiera acabado eso.”
Orduz dice que regresará a San Cristóbal después de ser dada de alta, pues su esposo y su hogar están de ese lado de la frontera. Pero hay otras madres jóvenes que apuestan por quedarse en Cúcuta después de tener a sus hijos en este hospital.
Marjory Ospina, de la ciudad venezolana de Barinas, dio a luz en el Erasmo Meoz hace cinco meses. Ahora está instalada junto a su padre en un sector periférico de la ciudad.
Viven en un rancho con techo de zinc, piso de barro, sin electricidad o agua potable. Unas lonas de plástico verde hacen de paredes. Ospina dice que a pesar de estas dificultades se siente más tranquila en Colombia que en Venezuela. En Barinas limpiaba casas y trabajaba de mesera, pero esos oficios no le garantizaban suficiente dinero para comer bien.
“Nosotros allá tuvimos que comer solo arepa por un mes”, asegura. “Acá puedes comprar un poquito de todo, aún cuando no te alcanza para un kilo de harina o un kilo de arroz”.
Para venezolanas como Ospina, el hospital Erasmo Meoz ha sido un aliado que les ayuda a comenzar una nueva vida en Colombia. Para otras, como Leidy Orduz, el hospital es un refugio temporal para huir de la aguda crisis que azota a Venezuela.
De cualquier forma, en la sala de urgencias de este hospital se ve cómo la crisis de Venezuela trasciende fronteras. En lugares como Cúcuta, el impacto se siente todos los días.
La ciudad ya prepara un plan de contingencia junto con el gobierno nacional, que le permitirá recibir hasta 100,000 refugiados en espacios públicos, en caso de que suceda un éxodo masivo de venezolanos.
El alcalde de Cúcuta, César Rojas, dice que la situación al otro lado de la frontera es “preocupante.”
“Uno como espectador ve que cada día van creciendo más los problemas”, asegura. Rojas dice, sin embargo, que está satisfecho de que su ciudad pueda atender a los venezolanos en sus momentos más difíciles, aún cuando esto requiera más presupuesto y dosis de tolerancia y buena planificación.
“A nosotros no se nos puede olvidar que allá también nos atendían”, dice. “Antes los colombianos íbamos a Venezuela a buscar espacios, y ahora ellos vienen acá”.