De un acuerdo “deficiente” a un retiro “caótico”: cómo Biden y Trump pusieron fin a la guerra en Afganistán
La guerra en Afganistán llegó oficialmente a su fin con el retiro de las últimas tropas de EEUU gracias al empeño de dos presidentes muy disimiles: Donald Trump y Joe Biden, dos líderes enfrentados, al punto que el primero no reconoce todavía la legitimidad de su sucesor.
Sin embargo, Biden mantuvo el compromiso que en febrero adquirió su antecesor cuando se firmó en Doha, Catar, un acuerdo con el grupo Talibán para “intentar buscar la paz en Afganistán” que implicaba la salida de las tropas extranjeras, la liberación de prisioneros talibanes y el vago compromiso del grupo de negociar con otras facciones de la vida afgana el futuro de la inestable nación.
Fue un acuerdo que Biden asegura que él “no habría hecho” porque consideraba que no se le exigió lo suficiente al Talibán, pero que asegura que honró porque se trataba de “la palabra de EEUU”. Con toda seguridad, en el cálculo del demócrata estuvo el de quedar para la historia como el líder que acabó con la guerra más larga en la que ha participado EEUU.
Solo que, entrados en la recta final del proceso, los acontecimientos se desarrollaron de una manera caótica al principio, con miles de personas agolpándose en el aeropuerto de Kabul y correteando aviones desesperadamente. Y finalmente trágica, con la muerte de 170 personas en un atentado suicida en la terminal aérea, que incluyó a 13 militares estadounidenses.
Fue el peor día en bajas para las fuerzas de ocupación en los últimos diez años de la guerra y es una cifra que quedará para siempre asociada al retiro, que la gran mayoría de los estadounidenses deseaban. Humana y políticamente, Biden habría preferido informar del fin del conflicto sin tener que hablar del sacrificio de los héroes que perdieron la vida en los días finales.
"No puedo asegurar cómo será el resultado final, ni si habrá alguna pérdida”, dijo Biden en un mensaje el 20 de agosto cuando el caos en el aeropuerto de Kabul tenía a la Casa Blanca a merced de todas las críticas. Ese día recordó que la misión era peligrosa, como lamentablemente se demostraría poco después.
Una herencia imperfecta
Los críticos del expresidente Trump afirman que las negociaciones de Doha se hicieron más con motivación electoral, para que él pudiera cumplir con su oferta de la campaña de 2016 de acabar con las “guerras interminables”, algo que exigía la opinión pública.
Pero si el pacto era tan imperfecto como aseguran en la actual istración, era un acuerdo que convenía cumplir. La alternativa habría sido romper la palabra y quedar entrabados en un enfrentamiento renovado con los talibanes, quienes aunque no tengan el poder militar para desalojar a los estadounidenses de EEUU, si tienen la capacidad de perturbar su presencia en el territorio con escaramuzas armadas o atentados.
Peor aún, habría significado extender una guerra sin perspectivas de triunfo y rechazada por la mayoría de los ciudadanos.
Otro tema es si la reducción de tropas y la salida de las instalaciones militares en la estrategia de replegarse hasta Kabul y finalmente asegurar la única vía de salida que era el aeropuerto fue la mejor. En los días finales de su gobierno, cuando el país estaba consumido por el sacudón que significó el asalto al Capitolio por hordas simpatizantes del entonces presidente Trump, este redujo a 2,500 el número de uniformado destacados en el país.
Cuando se hizo evidente que era indetenible el avance del grupo Talibán, Biden ordenó un refuerzo urgente de unos 5,000 militares más para asistir en las tareas de evacuación de funcionarios y ciudadanos estadounidenses, y de afganos “vulnerables” que podrían estar en peligro con la llegada de los fundamentalistas al poder.
Es posible que la recta final de la evacuación hubiera sido más ordenada si el gobierno afgano de Ashraf Ghani y sus fuerzas armadas no hubieran colapsado de la noche a la mañana, como literalmente ocurrió, sorprendiendo a quienes confiaban en que duraría al menos un año tras la salida de las fuerzas aliadas.
Esa función de contención temporal que los cálculos de la Casa Blanca daban de los militares afganos, entrenados por años y a un costo milmillonario por Washington, no pudo siquiera ponerse a prueba. El aliado afgano se desvaneció.
Los errores en la interpretación de inteligencia, las fallas de seguridad que permitieron que miles de personas entraran por un día o dos a la pista del aeropuerto de Kabul, o el atentado que costó la vida a 180 personas, incluidos los militares estadounidenses, quedan en el haber de Biden.
Biden era el comandante en jefe cuando esas cosas ocurrieron, por tanto son su responsabilidad. De la misma manera que John Fitzgerald Kennedy fue responsable en abril de 1961 del fiasco de Bahía de Cochinos, en Cuba, una operación organizada por el gobierno que le precedió, de la cual no contaba con toda la información y pese a lo cual tomó decisiones que fueron determinantes en su fracaso final.
Si el fin de la guerra se debió al empecinamiento de Trump y Biden, el fracaso del balance final de una ocupación de dos décadas que no logró “edificar” un país como se propuso George W. Bush es una responsabilidad mayor.
De Bush, que inició la aventura en represalia por los atentados del 11 de septiembre de 2001; de Barack Obama, quien ordenó el "repunte" para relanzarla tras la distracción que significó la guerra en Irak; de Trump, quien recordó que salir de ella y cumplir una promesa era buena política de casa a las elecciones, y de Biden, que quiso quedar como el presidente bajo cuya égida ese conflicto llegó a su fin.
Es paradójico que con solo 8 meses en el poder (si descontamos sus 8 años como segundo de Obama) Biden termine siendo el que absorba el costo político y el desprestigio de la tumultuosa y sangrienta salida.