Generales, ‘insiders’ y millonarios: cuatro paradojas que desvelan los primeros nombramientos de Trump

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Donald Trump va dando forma a su equipo de gobierno. Quedan por anunciar los nombres de los secretarios de Agricultura, Interior, Medio Ambiente, Veteranos o Seguridad Nacional y queda por resolver el gran enigma del traspaso de poderes: si el presidente electo designará o no a Mitt Romney como secretario de Estado pese a su enemistad. A continuación explico cuatro paradojas que han desvelado los primeros movimientos de Trump.
1. A Trump le gustan los generales.
El presidente electo estudió en un internado con normas marciales pero nunca sirvió en el Ejército y se las arregló para evitar que lo enviaran a la Guerra de Vietnam. Sus primeros nombramientos indican, sin embargo, que tiene un cierto gusto por los generales. Por ahora ha designado a dos como de su equipo: el respetado James Mattis como secretario de Defensa y el polémico Michael Flynn como consejero de Seguridad Nacional.
Queda por saber si un tercer general, David Petraeus, asumirá alguna responsabilidad durante el mandato de Trump. Petraeus se vio obligado a dimitir como director de la CIA en 2012 al desvelarse que había mantenido una relación extramatrimonial con su biógrafa Paula Rockwell. El FBI llegó a investigar al general en 2015 por transmitir información confidencial.
A la espera de lo que ocurra con Petraeus, quienes conocen la política exterior están preocupados por la influencia del general Flynn y su cercanía a Trump en la Casa Blanca. Propenso a teorías conspiranoicas y a sueldo del canal ruso Russia Today, Flynn fue un oficial brillante durante décadas pero suscita desconfianza entre los generales por sus conexiones con Putin y tiene ideas peregrinas sobre el papel de Estados Unidos en el mundo y sobre lo que define como “islam radical”. Su historia está contada en detalle en este perfil del Washington Post.
Observadores como Bill Kristol esperan que su influencia se vea limitada por la designación de James Mattis al frente del Pentágono. Mattis llegó a sonar como posible candidato presidencial de los republicanos que se oponían a Trump y ejerció como jefe del Comando Central, que incluye las Oriente Próximo, Irán, Pakistán o Afganistán. El presidente electo explicó al New York Times que le había convencido de que no merecía la pena recurrir al llamado waterboarding o ahogamiento simulado y dijo que le habían impresionado su currículum y su conocimiento de la situación global.
Durante sus eventos de campaña, Trump acusó muchas veces a los generales de no adoptar la estrategia correcta en su lucha contra los grupos yihadistas. Es una paradoja que vaya a tener al menos dos generales cerca siempre y cuando el Senado otorgue a Mattis una dispensa similar a la que recibió George Marshall en 1950. La necesita porque su nombramiento vulnera uno de los principios vigentes en EEUU: la primacía del poder civil sobre el poder militar. Senadores como la demócrata Kirsten Gillibrand ya han anunciado que votarán en contra de esa dispensa pero es muy probable que una mayoría vote a favor.
2. A Trump le gustan los ricos
El Gobierno de Trump se perfila como el más rico de la Historia. Según explicaba aquí Politico, las personas designadas por el presidente electo podrían sumar hasta 35.000 millones de dólares si se suman millonarios como Harold Hamm.
Dos personas destacan por su riqueza además del propio Trump. La fortuna familiar de la secretaria de Educación, Betty DeVos, ronda los 5.000 millones de dólares y el patrimonio del nuevo secretario de Comercio, Wilbur Ross, roza los 3.000.
El origen de las fortunas de los dos más ricos del equipo de Trump es polémico: la familia de Betsy DeVos es la propietaria de una de las empresas de marketing multinivel denunciadas por John Oliver en este vídeo y Ross se hizo millonario troceando empresas y cerrando fábricas en el Medio oeste que acaba de votar por Trump.
La presencia de millonarios en el equipo del presidente electo contrasta con el mensaje populista que todavía lanza en su gira postelectoral. El patrimonio de una persona es independiente de su valía pero el programa de Trump incluye varias propuestas que beneficiarán a quienes más tienen. Estos millonarios las aplicarán.
3. A Trump le gustan los ‘insiders’
El candidato republicano se presentó como el hombre llamado a limpiar Washington de favores cruzados, intereses espurios y corrupción. Pero entre sus primeros nombramientos hay varias personas que han ejercido como lobbistas y que han trabajado durante años en la capital.
El caso más evidente (aunque no el único) es Elaine Chao, designada por Trump como secretaria de Transporte y como la persona llamada a sacar adelante el plan con el que se propone renovar las infraestructuras del país. Chao fue secretaria de Trabajo con George W. Bush y es la esposa del líder republicano en el Senado, Mitch McConnell. Durante su carrera, ha alternado responsabilidades en bancos y multinacionales con varios cargos en la istración. Su mandato con Bush fue muy ventajoso para las empresas como explica este artículo de ThinkProgress.
Dos de las personas más importantes del equipo del presidente electo han trabajado durante años en Goldman Sachs: su estratega jefe Steve Bannon y el secretario del Tesoro Steve Mnuchin. La audiencia de confirmación de Mnuchin será interesante si los senadores demócratas indagan en algunos aspectos de su carrera. Como explica este texto, ganó millones de dólares al apostar por una entidad arruinada que luego recibió un rescate financiero del Gobierno federal.
4. A Trump le gustan los republicanos de siempre
El candidato republicano clamó en sus mítines contra demócratas y republicanos se presentó como una alternativa a los errores de los dos grandes partidos. Pero muchos de sus primeros nombramientos los habría hecho un republicano mucho más convencional.
Betsy DeVos es amiga personal de Jeb Bush o Mitt Romney y hace campaña desde hace décadas a favor de la libertad de los padres para elegir escuela y de arrebatar derechos laborales a los profesores. Su nombramiento como secretaria de Educación podrían haberlo firmado John Kasich, Marco Rubio o Ted Cruz.
Es algo que se puede decir también de otros nombramientos del presidente electo. La oposición del congresista Tom Price a Obamacare le ha otorgado el cargo de secretario de Sanidad. El conocimiento de Mike Pompeo de los servicios de Inteligencia le ha llevado a la dirección de la CIA. La dureza de Jeff Sessions en asuntos como la inmigración o la lucha contra la delincuencia han sido decisivas en su designación como fiscal general.
Muchos seguidores de Trump solían decir en sus mítines que el candidato reuniría el mejor equipo posible al margen de la pertenencia a un partido político. Apenas se percibe rastro de esa aspiración tecnocrática en el equipo del presidente electo, que ha recurrido a personas con una ideología más o menos uniforme y con conexiones en el Capitolio.
Los nombramiento de Reince Priebus y Elaine Chao son guiños evidentes a Paul Ryan y Mitch McConnell, en cuyas manos está el futuro de muchas de las propuestas del presidente electo. Asuntos como las deportaciones, la construcción del muro o la rebaja de impuestos dependen de los republicanos del Capitolio. Ese extremo ha podido condicionar los nombramientos de Trump.
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