El país que desenterró Donald Trump

Algunas imágenes de los mítines de Donald Trump parecen sacadas del castillo de los horrores políticos: una muñeca de Hillary Clinton con una soga al cuello, un simpatizante con una camiseta en la que se lee: "Que se j*da el Islam", otros mostrándole el dedo corazón a la prensa...
A algunos estadounidenses les cuesta reconocer estas escenas como las de su propio país, pero no son situaciones sacadas de los eventos de campaña de un grupúsculo marginal, sino de los mítines del candidato presidencial republicano, uno de los dos grandes partidos que se han turnado el poder durante el último siglo y medio.
Sea cual sea el resultado en la elección presidencial de este martes, la atmósfera que se respirará en el país en el periodo que se avecina es altamente tóxica.
El republicano ha liderado una campaña populista que ha sembrado la ira contra minorías e instituciones básicas de la democracia, alentando así fuerzas que sabíamos que existían pero creíamos irrelevantes.
En lugar de usar mensajes abiertamente racistas, el candidato ha hecho comentarios hostiles contra grupos minoritarios, como indocumentados o musulmanes, lo que le ha servido para ganar votantes racialmente conservadores.
Animados por su irreverencia, algunos de sus seguidores han perdido el miedo a usar lenguaje ofensivo. En sus mítines y en sus perfiles de redes sociales, se autodefinen como "deplorables", el insulto que se le deslizó a Clinton y que ellos ahora portan como una insignia de honor.
"No puedes llamar a nadie retrasado mental, tienen que ser mentalmente discapacitado, no puedes llamarle negro, tiene que ser afroamericano, estás tan preocupado por no ofender a nadie que nos vamos a volver locos", decía a Univision Noticias en una entrevista Janet Levy, una simpatizante de Trump en Palm Beach, un distrito rico de Florida.
En redes sociales sus seguidores se refugian en el anonimato para proferir impunes insultos y amenazas. A los supremacistas blancos, Trump ha sumado el apoyo de nuevos extremistas, la derecha alternativa o Alt-Right que durante años había vivido en las cloacas de internet.
En un momento de baja confianza en las instituciones, Trump las ha demonizado señalándolas como participantes de una "conspiración contra él y el pueblo estadounidense", entre ellas la prensa, los bancos internacionales o la Reserva Federal.
"Enciérrenla", es el grito de guerra preferido en la recta final de campaña por los 'trumpistas', convencidos de que su posible próxima presidenta debería ir a la cárcel.
Algunos de los seguidores de Trump hablan abiertamente de ir a una rebelión en caso de derrota. Muchos no tienen duda de que si ésta se produce se deberá al ese no demostrado complot contra el republicano.
Toda esta animadversión se produce al mismo tiempo que la rabia cotiza al alza en el país. El número de grupos de odio creció un 14% en 2015 y los crímenes de odio contra los musulmanes han llegado a su punto más alto desde el 9/11.
Resentimiento racial
¿Pero quiénes son realmente los seguidores de Trump? Se trata de una de las grandes incógnitas de esta campaña. En sus multitudinarios eventos se codean seguidores de todas las clases sociales, desde obreros sin estudios universitarios hasta las elitistas 'Trumpettes'.
Una idea que se generalizó durante la campaña era que el republicano ha conectado con los votantes blancos sin cualificación y los afectados por la globalización cuyos agravios son percibidos por lo general como legítimos, pero varios análisis desmontan la idea de que los seguidores del republicano sean desproporcionadamente pobres o de clase obrera.
Los votantes del republicano en primarias tenían un ingreso mediano anual por familia de $72,000, mayor que los $62,000 de ingreso mediano anual para las familias blancas no hispanas en Estados Unidos, según un análisis de Nate Silver, el gurú de la estadística electoral.
Varios estudios han puesto de relieve que la característica que unía a los seguidores del republicano en primarias era su actitud negativa respecto a las minorías y a los extranjeros, más que cualquier otro rasgo como por ejemplo su clase social.
El profesor de UCLA Michael Tesler ha descubierto que existe una alta correlación entre las actitudes contra los musulmanes, los inmigrantes y los afroamericanos y el apoyo al candidato entre los votantes de primarias. Tesler mostró que el apoyo a esas posturas radicales era mucho menor entre los seguidores que votaron a John McCain y a Mitt Romney, los dos anteriores nominados presidenciales republicanos.
"Trump es el primer candidato republicano de la era moderna en ganar la nominación del partido gracias al resentimiento racial", escribió Tesler en el diario The Washington Post.
Pero Trump no se explica solo por el factor identitario. La recesión ha jugado un papel importante, señalan autores como John Judis, que señala como evidencia del malestar de los votantes el estancamiento de los ingresos de la clase media que en Estados Unidos ha impulsado por la izquierda el movimiento del senador 'socialista' Bernie Sanders y por la derecha a Trump.
Populistas del mundo
Pero Trump no está solo. Como Trump, otros políticos -en Grecia, España, Reino Unido, Francia o Suecia-. están ascendiendo gracias a la contraposición de los intereses del 'pueblo' frente a las 'élites' y, en el caso de los líderes de derecha, el ultranacionalismo y la búsqueda de enemigos extranjeros.
No son mensajes nuevos pero en estos tiempos están resultando tener un poderoso magnetismo. A muchos latinoamericanos el lenguaje de Trump y su "movimiento" les resultan familiares, pero en Europa y Estados Unidos esta ola de líderes populistas no tiene precedentes en la historia reciente.
En nuestro país, ningún populista llegó tan lejos como Trump. Ni Huey Long en los 30, ni George Wallace en los 60, ni Ross Perot y Patrick Buchanan en los 90.
Algunos académicos predicen que el populismo marcará la política occidental durante décadas.
Indican que la clásica división entre izquierda y derecha basada en la lucha de clases del siglo XX está siendo sustituida por una nueva oposición entre nacionalistas y globalistas. "No estoy haciendo campaña para ser presidente del mundo", gusta decir Trump insinuando que su rival, Clinton, sí lo hace.
Esa insularidad, simbolizada por el muro, asusta a muchos que creen que el mito fundacional de la apertura de Estados Unidos está en peligro. ("Antiestadounidense" es uno de los calificativos que usa el presidente Barack Obama para definir a Trump).
Lo cierto es que esos paralelismos en otros países hacen pensar que incluso si Clinton gana este martes el 'movimiento' de Trump no se desvanecerá de inmediato y la incómoda cara del país que nos destapó el republicano seguirá siendo visible.