Trump y el mito del fraude electoral

Desde 2011, Texas ha estado tratando de que entre en vigor una ley relativa a la identificaciones con fotografías para los votantes, a pesar del hecho de que el Departamento de Justicia de Estados Unidos y las cortes federales han encontrado, en numerosas ocasiones, que esta afectaría tanto a electores negros como a latinos. Más recientemente, la Corte de Apelaciones del Quinto Circuito de Estados Unidos denegó la ley en julio, estableciendo que esta pudo incluso haber sido aprobada con el propósito expreso de la discriminación racial. El fiscal general de Texas, Ken Paxton, dijo el pasado lunes que el estado apelaría esa sentencia a la Corte Suprema de Estados Unidos. Pero difícilmente tendrá buena suerte con eso, especialmente ahora con un juez menos.
Al igual que Carolina del Norte y Wisconsin, la razón por la cual Texas insiste en tener una ley de identidad de los votantes es que asegura que los parientes zombis, esto es, “ residentes ilegales” y votantes clonados, están manipulando las elecciones. Donald Trump, candidato republicano a la presidencia, conocido por urdir meticulosamente infinitas teorías de la conspiración, ha sido el último en consentir la fantasía del fraude electoral. Más bien Trump, últimamente, ha estado fomentado, sin base, predicciones de manipulación electoral como la única explicación de que perdiera en un estado clave como Pennsylvania.
Como dijera el multimillonario recientemente en Ohio:
“Tienen que sumar a cada uno de sus amigos a esto. Tienen que sumar a cada uno de sus familiares. Tienen que hacer que cada uno de ustedes salga allá afuera, y observe, y vote. Y cuando digo ‘observe’, ustedes saben lo que quiero decir, ¿verdad? Sí, ustedes lo saben. Creo que tienen que salir allá afuera y observar”.
Lo que Trump está diciendo cuando habla de observar es que hay personas que se hacen pasar por otras para votar, y votan entonces más de una vez, o votan “ 15 veces”, o hacen cualquier otra travesura infundada similar. Esta no es más que el tipo de acusación que los republicanos han venido levantando por al menos los últimos tres ciclos electorales, y parece ser uno de los escasos aspectos de la agenda republicana que Trump ha abrazado sin complejos. Ahora, el elemento racial que subyace en semejante postura entrevé que los votantes negros y latinos son más proclives a este tipo de engaños.
“Visiten ciertas áreas y observen, y estudien, y aseguren a otras personas que no vengan y voten cinco veces”, sostuvo Trump hace poco en Pennsylvania.
En 2012, legisladores republicanos de este mismo estado impulsaron una ley también llamada a precisar la identidad fotográfica de los votantes, sobre las bases nada fundadas de que esta mitigaría el fraude en las urnas. Pero las cortes del estado no se compraron el cuento, y desestimaron la ley para siempre. En cambio, los defensores de la propuesta legal fueron incapaces de nombrar una instancia fraudulenta como evidencia durante el juicio.
Sin embargo, eso no ha detenido a Trump en su esfuerzo por aferrarse al meme del fraude electoral en 2016, un impulso que ha pasado de lo “risible a lo peligroso”, como reconoció a The New York Times el experto en leyes electorales Richard L. Hasen, de la Universidad de California en Irvine.
Es peligroso porque Trump está instando, cada vez más, a que las personas se tomen los asuntos vinculados a las leyes electorales por su cuenta, pidiendo la intervención de un ejército de camisas rojas de justicieros observadores electorales. Hay una historia incontestable de hostilidad racista que viene de la mano de este tipo de monitoreo desesperado de las encuestas, y a continuación veremos a lo que este fenómeno comienza a parecerse. Esto fue algo tuiteado por uno de los seguidores de Trump:
“Hagámonos notar el 8 de noviembre. Todos los simpatizantes de Trump deberían prometer que irán vestidos de rojo durante todo el día de las elecciones. Dejemos que los medios traten de evitar el océano rojo bramando de una punta a la otra de Estados Unidos. Ellos pudieran manipular las máquinas, pero no podrán arrancarles a millones de personas sus camisas de encima. No existe un modo de que puedan acallar nuestras voces colectivas si nosotros nos hacemos físicamente visibles. En cuanto a mí, yo iré de rojo de pies a cabeza”.
Semejante arenga proviene de la idea de que el fraude electoral ya
es un hecho comprobado, la cual es completamente falsa. George W. Bush quería ponerse al tanto de este tema en su momento, por lo que azuzó a su entonces procurador general, Alberto Gonzales. Como se esperaba, no encontraron nada. A lo que la investigación sí dio pie, sin embargo, fue a los innecessarios despidos de varios fiscales demócratas del país por razones políticas. Aun así, Gonzales hoy apoya el racismo de Trump.
Más recientemente, el equipo investigativo de Noticias 21, de la Universidad Estatal de Arizona, revisó miles de reclamos de fraudes electorales no solo en ese estado, sino en Ohio, Georgia, Texas y Kansas, algunos de los cuales databan incluso de 2012. Solo 38 de ellos terminaron siendo legítimos casos de fraude, y ninguno estuvo relacionado con la suplantación de personalidad, que, por cierto, es el único caso que la ley de la identidad fotográfica del votante puede evitar. En 2012, Noticias 21 estudió minuciosamente más de 2,000 alegatos de fraude electoral, supuestamente ocurridos desde el año 2000 y a lo largo de los 50 estados, y hallaron solo 10 casos auténticos de suplantación de identidad.
Lo que nos trae de vuelta al tema del racismo alimentando estas acusaciones de manipulación electoral. La Fundación Heritage recientemente publicó un informe en el que se relacionaban unos 200 ejemplos de casos de fraude electoral aparecidos en recortes de prensa. Casi la mitad de ellos eran casos de fraude por ausencia a las urnas, una forma de ejercer el sufragio más frecuente en votantes blancos. Muchos, si no la mayoría de los ejemplos que el informe incluyó, implicaban a defraudadores blancos en lugares que no se considerarían “urbanos”.
Aun así, quienes alimentan el mito del fraude electoral continúan perseverando. Mientras, el juez distrital de Estados Unidos, James Peterson, dictaminó el 19 de julio que la ley de identidad de los votantes en Wisconsin era demasiado estricta, y que la lógica de sus defensores, basada en el fraude electoral, era mentira:
“Como lo hice saber en mi opinión inicial sobre este caso, no existe virtualmente fraude por suplantación de voto en Wisconsin. Y los imputados no han provisto evidencias sugiriendo que la confianza de la gente en el proceso electoral vaya a ser socavada excusando a esos votantes que no puedan obtener una identidad”.
El juez Peterson redobló la apuesta en ese sentido a través de un dictamen que implicaba la susodicha ley menos de dos semanas después. Esta vez dijo lo siguiente:
“La evidencia en este caso arroja dudas en cuanto a que las leyes de identidad de los votantes fomenten integridad y confianza. La experiencia de Wisconsin enseña que una preocupación acerca del fraude electoral, en su mayor parte una patraña, conduce a incidentes reales de privación de derechos, lo que dinamita antes que fortalecer la confianza en las elecciones, particularmente en las comunidades minoritarias”.
Para decirlo sin rodeos, la estricta versión de la ley en Wisconsin representa una cura peor que la enfermedad.
Esto, por supuesto, no ha detenido a las personas que apoyan las leyes de identidad de los electores. Ahora, no es un secreto para nadie que la gente suele apoyar un montón de cosas estúpidas de vez en cuando. Las encuestas captan pensamientos de públicos aleatorios en el momento en que son inquiridos, pero ellas no garantizan que la gente encuestada esté totalmente informada acerca del tema en cuestión.
Si esos mismos encuestadores dijeran a sus encuestados que en la corte han encontrado discriminación racial en casi todos los estados donde se ha intentado imponer la ley de la identidad del votante, entonces sus respuestas podrían ser otras. Esto, de hecho, es lo que el experto en encuestas y profesor emérito de la Universidad de Carolina del Norte, Phil Meyer, ha venido diciendo acerca de los sondeos en torno a este tema. Las personas no disponen de la suficiente información acerca de los escasos argumentos de quienes reclaman leyes de esta naturaleza, ni tampoco acerca de la discriminación racial que sus alegatos usualmente comportan. Más bien, quienes promueven reformas de este tipo no están realmente interesados en la integridad del proceso electoral. Ellos simplemente no quieren que voten las personas de color.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.