Qué han dicho los vestidos de Beatriz Gutiérrez Müller, primera dama de México, en estos 4 años de AMLO en el poder
Han pasado cuatro años desde que Andrés Manuel López Obrador y su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, llegaron al poder de México. Cuatro años de que la profesora universitaria, escritora y periodista anunciara que no ocuparía el cargo tradicional de primera dama, en lo que fue leído en su momento, con optimismo, como un intento de distanciarse de ese papel a veces decorativo y superficial de las esposas de los presidentes.
“No hay mujeres de primera ni de segunda, decir primera dama es algo clasista”, dijo en 2018 cuando también confesó a la revista Quién: “El papel de primera dama debe ser marginal. No por falta de capacidad o poca inteligencia, sino porque la persona elegida es el señor, no la señora”.
En lugar de asumir este cargo natural, Gutiérrez Müller se puso al frente del Consejo Honorario de la Coordinación Nacional de la Memoria Histórica y Cultural de México y ha fungido varios cargos diplomáticos al ser ella, por ejemplo, la elegida por el presidente para ir a la posesión del mandatario electo de Chile, Gabriel Boric, o, recientemente, la que fue designada para la invitación oficial del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y su esposa, para celebrar la Batalla de Puebla del 5 de mayo en la Casa Blanca.
Sin embargo, a pesar de su intento de sacudirse de los estrechos márgenes en los que suelen ponerse las primeras damas, expertas aseguran que con su comportamiento y sus vestidos, en realidad, ha encarnado a toda regla una primera dama tradicional.
“El presidente es AMLO y ella va del brazo, ella lo acompaña. Cuando habla dice: 'lo que diga el señor presidente', no muestra un lugar muy claro en términos de cuál es su postura, su apuesta política, y este apoyo absoluto al presidente es algo que llama la atención. Desde los estudios feministas se puede ver cómo las mujeres tenemos relaciones con la disonancia, con la pregunta, el conflicto es parte de la vida cotidiana y ella nunca entra en conflicto. No lo hace en términos verbales, ni desde su vestimenta. Porque ella siempre trae la Patria encima, y la Patria es siempre patriarcal”.
Algo que es innegable es que la primera dama ha tomado distancia radical de su predecesora, la actriz Angélica Rivera, quien trajo a Los Pinos un exceso de lujo, de costosa moda europea y polémicas de contratos. La apuesta de Beatriz Gutiérrez desde el vestido, por el contrario, ha estado más bien en concordancia con la política de austeridad de su marido. Austeridad que no escatima en resaltar, como lo hizo en una publicación hecha en su Instagram, el pasado 3 de abril, en la que alardeaba de lo viejo que estaban sus tenis para trotar, haciendo un video de unas zapatillas adidas color fucsia entradas en uso.
La publicación logró, al parecer, su cometido: “Tan bella dra. Beatriz, tan del pueblo”, decían entre aplausos sus seguidores. La primera dama también ha huido de usar diseñadores reconocidos y más bien ha buscado creadores locales como Silvia Suárez, Luciana Corres y Celsa Villarino, e incluso se ha decantado por marcas masivas y de precios accesibles.
Un reflejo patriarcal en lugar de revolucionario
“Hay una tendencia en ella a recurrir a diseñadores locales y a usar siluetas tradicionales, algo que yo leo como un reposicionamiento del nacionalismo mexicano, de lo local, de lo regional, volver a ver aparentemente cómo se vestían las mujeres en México", considera Lara.
"Esta noción de la mitificación de la historia de México es más una lectura patriarcal que una revolucionaria, es volver al discurso de cómo se configuró un estado nación construido por los hombres”, analiza Lara, quien evoca la figura de la primera dama estadounidense, Michelle Obama, como ejemplo de alguien que no solo hizo visibles sus rispideces con el mandatario Barack Obama, sino que elaboró una compleja política de apoyo a los diseñadores locales estadounidenses, pero reconociendo a creadores que eran parte de la comunidad de migrantes o de diversas procedencias, exaltando así la diversidad del país.
En el ámbito internacional, la sobriedad de la primera dama de México le ha valido halagos, como los que recibió del polémico crítico de moda estadounidense Edy Smol, quien recientemente en su Twitter se refirió al traje blanco, tipo abrigo de botonadura doble, que llevó la primera dama para la celebración del 5 de mayo en Washington: “Digna, sobria, con buena postura; denota seguridad y gran aplomo; irradia confianza, su expresión corporal atenta y su vestimenta sobria hablan por sí solas”.
Aunque advierte que la primera dama ocupa un lugar, mientras que las mujeres políticas ocupan otro muy diferente. “Les damos a las primeras damas unas licencias que no le daríamos a otras políticas”.
Si bien Gutiérrez Müller ha evitado a toda costa que sea el vestuario el protagonista de sus apariciones y ha querido que su currículum -el de ser la primera en llegar a la casa presidencial con un doctorado- sea lo que realmente importe, como figura pública es imposible evitar derivar lecturas de sus apuestas estilísticas.
“Los políticos son figuras públicas y las políticas mujeres y las primeras damas son una raza relativamente rara y, por lo tanto, con razón o sin ella, son objeto de escrutinio por su apariencia y vestimenta. Por lo tanto, las mujeres en el ojo público deben ser conscientes de lo que visten, y asumimos que están cada vez más en sintonía con la lectura política potencial de sus prendas, además de contar casi sin excepción con estilistas que les ayudan con esas escogencias”, recuerda Hazel Clark, profesora de estudios de moda en The New School en Nueva York.
Al finalizar el mandato presidencial, Gutiérrez Müller podrá vestir con más libertad, pero también llevará consigo las lecciones aprendidas en su paso como primera dama, de ese doble poder que tiene el vestido en la política: “es un campo de batalla, de lucha, de hackeo, pero es a la vez, el lugar de estigma, de empotrarte, de disciplinamiento”, concluye Lara.
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