Una noche de tequila, lentejuelas, canciones y recuerdos sobre Juan Gabriel
I
Huele a tequila y a cerveza. A mariguana. La mayoría de personas frente a la estatua de ‘Juanga’ en la plaza Garibaldi de la Ciudad de México apuran los tragos. El ánimo decae a ratos, sube cuando los mariachis cantan la del ‘Noa Noa’.
Tendidas una tras otra se encuentran las flores. Las mechas de las veladoras arden, las flamas se ladean por el viento, un grupo de señoras aplaude para acompañar los guitarrones. El vibrato de las trompetas se alarga dejando los pulmones de los músicos sin aire. El cielo se abre y la lluvia da tregua.
‘El divo de Juárez’, Juan Gabriel, ‘Juanga’, falleció. Mientras pasan los minutos y la noticia se esparce en México, Garibaldi se convierte en un homenaje que tiene vida: con su mugre, sus borrachos, sus mariachis, sus ladrones y hasta sus extranjeros.
Unidos todos -todos todos-, quienes llegan a pie o camionetas blindadas, cantan en coro.
Las canciones y el tequila son apenas una parte de una fiesta que inició como ofrenda. El dolor y el amor hace sucumbir a las personas aquí reunidas que agradecen y despiden -‘a lo macho’ y ‘a lo hembra’- al cantante michoacano, cuyo nombre de nacimiento fue Alberto Aguilera Valadez.
II
Hace 35 años el mariachi Arriba Juárez se conformó para acompañar la voz de Juan Gabriel. Eran los primeros años de la carrera del cantante originario de Parácuaro, Michoacán.
El violinista Eduardo Gómez cuenta que el ‘Divo’ no era un jefe fácil, sino un amante de la perfección.
“Lo que más iré de él era su sencillez, su entrega con el público y que era un profesional, le gustaba que las cosas salieran lo mejor que se pudiera”, dice Gómez, minutos después de cantarle 'Las golondrinas' a su antiguo jefe.
Eduardo, metido en un negro traje de charro de gala, asegura que lo menos que puede hacer es dedicarle unas canciones al cantautor, quien falleció de un infarto en Santa Mónica, California.
“Nosotros le deberemos por siempre su canciones, porque seguirá cantándole al pueblo por medio de nosotros”, explica.
III
Para los shows de ‘Juanga’ se necesitaban dos días de trabajo solamente para el montaje del escenario. Para el desamable día y medio. Y luego cambio de ciudad.
Esteban recuerda que le pagaban 700 pesos mexicanos por evento (38 dólares). Él y otros setenta hombres más levantaron los escenarios para una gira musical que dio Juan Gabriel en 2010 en México.
“Al término de sus conciertos Juan Gabriel unía a todos los músicos: al mariachi, orquesta, coristas y hasta bailarines para cantar el ‘Noa Noa’. Los de staff teníamos que montar todo en su cambio de vestuario, porque él se cambiaba como tres o cuatro veces”, cuenta Abraham mientras conduce su taxi con dirección a El Tenampa, cantina en el corazón de Garibaldi.
El ‘Divo de Juárez’ le gustaba la buena vida. En camerino, casi como un mandamiento, debía haber una o dos botellas de whisky, dos ventiladores y hasta una plancha de vapor vertical porque le gustaba lucir impecable.
-¿Era coqueto, Juan Gabriel? –se le pregunta a Estaban.
-No, se dice mucho de él, pero no. Era normal.
-¿Arrogante?
-No, aunque era el ‘Divo’ saludaba a todos.
IV
“Mi mamá me decía que por qué cantaba con cierta inclinación (homosexual), y yo le decía que eso no me interesaba, que a mí me gustaba cómo canta (Juan Gabriel), cómo se oye su voz. Para mí fue un regalo de Dios, un milagro que yo pueda intentar cantar -porque no he logrado igualarlo- como él. Me sigo esforzando para alcanzar sus notas y respetar sus tonos y el sentimiento, su interpretación”, refiere Meni Ramírez, quien ha imitado a Juaga por 30 años.
Meni no solo le debe las letras a Juan Gabriel, pues asegura que de esa música vive. Canta en bodas, cumpleaños, bares y en restaurantes.
Su ropa es una mezcla de chaquiras, lentejuelas y estoperoles que emula el traje negro con oro que usó Juan Gabriel en su concierto de Bellas Artes en 1990.
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