Si la mitad de los que van a cometer un tiroteo masivo dejan pistas, ¿por qué no se hace nada con eso para prevenir nuevas masacres?
“Más o menos el 50% de los atacantes masivos hacen eco de sus amenazas en línea, o hacen comentarios a los amigos o a la familia”, sentencia contundentemente el profesor Joel Alfredo Capellán, doctor en justicia criminal de CUNY y profesor del Departamento de Ley y Justicia de Rowan University. Sin embargo, ni la población, ni la policía, ni el sistema gubernamental están listos para analizar y darle seguimiento a esas pistas de comportamientos potencialmente violentos.
La evidencia queda clara en la matanza en la escuela de Uvalde, Texas, que dejó 21 muertos, en el que, quizás, la abuela que vivía con el asesino y que fue herida de bala por él, habría podido reportar extrañeza en su comportamiento. O en el caso reciente del tiroteo en un supermercado en Buffalo, Nueva York, en el que el perpetrador dejó pistas clarísimas en las redes sociales de sus intenciones y que, aún así, cometió el asesinato de 10 personas sin ser detectado previamente.
“Muchos de los tiradores masivos dan pistas de lo que van a hacer. Pero la literatura criminalística siempre te indica que las personas cercanas no van a exponerlos o a reportar esos comportamientos. Muchas de las amenazas son predecibles, pero no hay una cultura de reportar la amenaza y, más grave aún, tampoco hay un aparato que recoja de forma seria esas amenazas y las analice de una manera estandarizada”, añade Capellán.
En materia de legislación preventiva en Estados Unidos existen las ‘Red Flag Laws’ que permiten que si una persona hace amenazas o actúa de manera sospechosa, le puedan suspender el permiso de posesión de armas o evitar que compre un rifle, puedan llevarlo a la corte y puedan, incluso, solicitar que se le haga una revisión psicológica. Pero esto ocurre solo a nivel federal, estas leyes han sido adoptadas hasta ahora tan solo por 19 estados y la Policía, al estar descentralizada, actúa bajo las leyes de cada estado.
Además, aunque la formulación de estas leyes abonan el camino para tomar medidas que eviten tiroteos masivos, no son suficientes. Por ejemplo, el joven que perpetró el tiroteo en Buffalo le había dicho a su maestra que iba a cometer una masacre suicida después de graduarse y escribió un documento de 180 páginas en donde detallaba su plan. Además vivía en un estado en el que están vigentes las 'Red Flag Laws', pero aún así nadie emprendió el proceso de levantar una bandera roja.
“En el caso de Buffalo y de muchos otros, debió haber más educación de parte de la policía, del centro de salud mental y de la escuela. Si alguno de los tres hubiera iniciado el proceso de ‘red flag’, pudieron haber impedido que el tirador hiciera la compra del arma con la que cometió la masacre”, le explicó a Politico Jillian Peterson, profesora asociada de criminología en Hamline University.
“La policía investigó, pero el tirador no tenía armas en ese momento, por lo que no era una amenaza inminente. El centro de salud mental concluyó que no se trataba de una crisis inmediata, por lo que volvió a la escuela. Si no es una situación candente en ese momento, nadie puede hacer nada. Ninguno de los trabajos de estas personas era asegurarse de que este joven se conectara con alguien en la comunidad que pudiera ayudarlo a largo plazo”.
Los atacantes "envían señales" que se debe aprender a detectar
Emanuel Maidenberg, profesor clínico de psiquiatría y ciencias bioconductuales en la Escuela de Medicina David Geffen, de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), coincide con esta experta en la urgencia de que exista un programa nacional fuerte de Consejos Escolares en donde se pueda ayudar a estos jóvenes que muestran señales tempranas de comportamientos que pueden devenir en una tragedia.
"Hay que encontrar maneras de trabajar con los jóvenes que tienen estas acciones en mente y mostrarles que ellos pueden conseguir otras formas de notoriedad, de que hay otras estrategias para ser vistos y oídos”, enfatiza Maidenberg, cuya práctica se enfoca en lidiar con el estrés y la ansiedad relacionados con tiroteos, entre otros eventos calamitosos.
“Para detectar estos individuos en riesgo, además, hay que crear conciencia en los padres, pero sobre todo en los pares que son los que tienen más o potencial con estos individuos. Aunque los tiradores masivos son muy aislados, en la mayoría de los casos hablan o hacen algún comentario preliminar a sus cercanos de sus acciones, mandan signos de alguna manera. Entonces hay que educar a los niños y jóvenes sobre cómo pueden identificar, ayudar, pero también detectar y escalar las amenazas de estos individuos en riesgo”, añade Maidenberg.
Sin embargo, el profesor Capellán vuelve a insistir en que a nivel nacional no hay un aparato que se enfoque en evaluar esas amenazas que pudieran estar siendo reportadas por la población civil.
“Las mejores personas para asesorar la detección y análisis de amenazas en Estados Unidos son los agentes secretos del presidente. Los presidentes de Estados Unidos históricamente son las personas que reciben más amenazas en el mundo, y el servicio secreto ha desarrollado algo que se conoce como ‘Threat Assessment’, asesoramiento de riesgo de amenazas, en donde ellos evalúan cientos de miles de misivas y deciden cuáles son creíbles o tienen un alto riesgo y si deben intervenir o no”, explica Capellan.
Así que en términos técnicos ya existe una metodología para revisar amedrentamientos, ver la credibilidad y viabilidad, analizar si la persona dice lo que va a hacer o si va a hacer algo diferente, si es un chiste o una realidad.
Mientras está en manos de la voluntad política para que este tipo de agencias puedan ser posibles en todo el país, la psicología deberá seguir trabajando en desarrollar mejores predictores de comportamientos violentos. “Lamentablemente no estamos ahí. No tenemos buenos predictores de qué lleva a la gente a actuar y cometer semejantes desastres”, concluye Maidenberg.
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