La fuerte relación de Hitler y el nazismo con las drogas: cuál fue su papel en la Segunda Guerra Mundial
En 2015, el escritor alemán Norman Ohler publicó un libro que luego se convirtió en bestseller del New York Times, en el que analizaba la relación de la Alemania Nazi con las drogas.
El autor concluyó que muchos de los mandos militares y los líderes políticos nazis, muy especialmente Adolf Hitler, tuvieron un consumo abusivo de drogas psicoactivas durante la Segunda Guerra Mundial.
El libro fue elogiado por muchos historiadores, pero también criticado por otros que consideraron que su investigación histórica no era del todo rigurosa y exhaustiva.
Se puede quizá colocar las críticas junto a la arriesgada noción que transmite: que el comportamiento de Hitler, famosamente irracional, puede ser adjudicado al uso de drogas como la cocaína y la metanfetamina.
Así como el famoso chiste de Woody Allen —«no puedo seguir escuchando a Wagner... me dan ganas de invadir Polonia»—, ciertamente no se puede asociar un rasgo específico pero corriente de Hitler a lo más brutal e inhumano de su conducta o de sus ideas.
Pero su relación personal con las drogas, así como más extensamente el papel que jugaron las drogas en la Alemania Nazi y en la Segunda Guerra Mundial, son hechos incontrastables.
El libro de Ohler organizó y difundió información que ha sido desde hace un buen tiempo manejada y sabida.
El problema de Hitler con las drogas
De acuerdo a la historia y a la noción perpetrada desde la «guerra contra las drogas», concepto asociado a Reagan y los 80 pero que se puede rastrear hasta la Convención Internacional del Opio, de 1912, asociamos el consumo de drogas a yonquis y hippies, ubicados en el costado opuesto de líderes políticos de corte militar, fascista y genocida.
Pero Hitler, o bien era hipocondríaco (según los argumentos que notan que sus dolencias se agravaron drásticamente cuando comenzó a perder la guerra), o bien tenía una salud extremadamente endeble; entre sus enfermedades se han mencionado la sífilis, el parkinson, la enfermedad de Huntington y hasta su presunta y célebre carencia de un testículo, además de crónicos dolor de estómago y flatulencias.
Sus enfermedades percibidas o reales tuvieron una combinación poco afortunada con su médico personal, Theodor Morell, famoso por sus métodos poco convencionales y considerado incluso por otros oficiales nazis como un farsante y un charlatán.
Pero Morell tenía entre sus aparentes méritos el haber curado al fotógrafo y amigo de Hitler, Heinrich Hoffmann, de su sífilis, y fue Hoffmann quien se lo recomendó inicialmente, diciéndole que le había «salvado la vida».
No es seguro que Hitler haya tenido sífilis, pero sí temía a la enfermedad, que la asociaba a los judíos, así que el cuestionable Theodor Morell se convirtió en su médico de confianza.
Morell llevaba un diario detallado de las drogas que le istraba al Führer... y eran muchas.
En algunos casos quizá tóxicas, por lo que hay quienes aseguran que el deterioro en la salud de Hitler fue en parte responsabilidad de su médico personal.
Un dossier de 47 páginas, confeccionado durante la guerra y difundido hace pocos años, revela que Hitler consumía en ese tiempo un cóctel formado por 74 drogas diferentes, incluyendo una variedad de lo que hoy se conoce como metanfetamina, además de morfina, cocaína, heroína y hasta semen de toro (!!).
Extractos de semen de toro, dicen los reportes, eran suministrados mediante una inyección, con la intención de estimular su líbido: «el Führer necesitaba aparecer como una figura viril en público, y además seguirle el ritmo a su mucho más joven amante Eva Braun» dice el Washington Post.
El reporte finalmente sugiere que Adolf Hitler había alcanzado un grado de adicción importante, especialmente a esas drogas más duras como la metanfetamina.
La anécdota de su encuentro con el dictador Benito Mussolini en Roma, en 1943, dice que antes del encuentro, el Führer se sentía mal y enfermo. Su médico le dio una inyección de oxicodona, un analgésico opioide, y que luego, no paró de hablar durante las dos horas que duró la reunión. Mussolini pretendía convencer a Hitler de que Italia se saliera de la guerra, pero ni siquiera tuvo la oportunidad de hacerlo.
Las drogas como estímulo militar
Se ha vinculado al nazismo, por su cualidad fascista, a la abstinencia y a los discursos en contra de las drogas, pero lo cierto es que, más allá de su férrea política antitabaco, su política de drogas era por lo demás increíblemente tolerante.
Su preocupación por la «higiene racial» no llegó a tocar las normativas relativas al consumo de drogas y a los adictos, que no experimentaron persecución ni represión ni otras desgracias sufridas por otros grupos sociales que no ingresaban en su visión del darwinismo social.
La política tolerante respecto a las drogas fue una continuación de la existente durante la República de Weimar, cuando la economía de Alemania dependía de la producción de drogas y mantenía un monopolio virtual a nivel mundial, especialmente en la producción de morfina, heroína y cocaína.
Después de la Primera Guerra Mundial, en Alemania las drogas eran vistas como una medida para aliviar el dolor, mejorar el rendimiento o tratar enfermedades y dolores crónicos.
Y aunque en la dependencia que desarrollaron muchos veteranos de la primera guerra comenzó a evidenciarse el daño que podían provocar con sus «efectos secundarios», ya antes y durante de la Segunda Guerra Mundial, el consumo de drogas era activamente alentado dentro del ejército nazi, la Wehrmacht.
El consumo generalizado de alcohol entre los soldados nazis era un método de relajación o un medio para mitigar los efectos psicológicos de la guerra
Para la batalla misma, los soldados y pilotos consumían pastillas que contenían cocaína y metanfetamina, lo que aumentaba su confianza y seguridad, inducía un mayor estado de alerta, les daba mayor resistencia y suprimía miedos, preocupaciones y dolores, además de disminuir el sueño y el hambre.
El papel nazi en la popularidad de la metanfetamina
En 1938, una compañía farmacéutica alemana desarrolló una nueva pastilla hecha de metanfetamina, comercializada bajo el nombre de Pervitin.
Hasta entonces, la metanfetamina había sido utilizada únicamente en experimentos y estudios científicos.
La droga se volvió muy popular —lógicamente— en el mercado alemán, y captó la atención del médico militar Otto Friedrich Ranke, que intuyó que podía ser utilizada para mejorar el rendimiento de la Wehrmacht.
En septiembre de 1939, mientras estallaba la Segunda Guerra Mundial, Ranke realizó una prueba con la droga en estudiantes universitarios, y concluyó que el Pervitin en efecto iba a ser beneficioso para la guerra, así que comenzaron a distribuirlo a gran escala.
«Ayuda para el estado de alerta» decía en la tableta de Pervitin, «para mantenerte despierto, pero solo consumir de tiempo en tiempo».
Los soldados se volvieron adictos al Pervitin y escribían cartas a sus familias para que les enviaran más de esta droga, porque las que suministraba el ejército ya no era suficiente.
Cuando tomaban la droga, las preocupaciones y los miedos de la guerra, desaparecían.
Tras la guerra, la tableta de Pervitin podía encontrarse en el mercado negro, incluso hasta en prescripciones médicas. Se prescribía a pacientes con depresión, probablemente muchos de ellos excombatientes.
Hoy la droga se conoce sencillamente con el nombre de metanfetamina y es ilegal en todo el mundo.
El grado de adicción que genera ha sido retratado, entre otros lugares, en la serie de televisión Breaking Bad, en la que, curiosamente, el protagonista acaba muerto por la bala de un neonazi.
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